Tu Eres Hermosa

"Tú eres hermosa." Esta frase, sencilla y poderosa, me tomó años en poder creerla. No fue hasta que recuperé la confianza en mí misma y aprendí a darme amor que pude ver mi propia belleza en toda su plenitud.

De pequeña, recuerdo cuánto me encantaba mirarme al espejo. En especial, amaba esos días cuando mi abuela me hacía una falda de flores de veranera para jugar. Con ella, me sentía como las flores: fresca, vibrante, y llena de vida. Tenía solo cinco años, y en ese entonces, no había vergüenza ni dudas en mi manera de verme.

Sin embargo, esa inocencia se desvaneció cuando, tras enfermar de varicela, mi reflejo se volvió un motivo de dolor. La vergüenza fue tal que mis abuelos, en un esfuerzo por protegerme, cubrieron los espejos de casa. Hoy comprendo el amor que había en esa decisión, pero también entiendo que allí empezó a nacer la creencia de que lo feo, ya sea físico o emocional, debía ocultarse.

Así como aprendí a no mirar lo desagradable de mi apariencia, también fui dejando de ver ciertos sentimientos. En la vida, inevitablemente, ocurren situaciones difíciles, momentos dolorosos que no solo necesitan ser vistos, sino también sentidos. Mi epifanía llegó cuando comprendí que, durante mucho tiempo, no solo había dejado de mirarme en el espejo, sino también de ver mis propias emociones. Fue el momento en que entendí que necesitaba amarme a mí misma, con todo lo que soy, lo que siento y lo que he vivido.

A veces, ocultamos partes de nosotros porque creemos que no son dignas de ser vistas. Pero mi verdadero viaje de autoconocimiento comenzó cuando decidí mirarme con honestidad, no solo en apariencia, sino en cada emoción y experiencia, y aprendí a amarlas como parte de mi ser. Porque al final, vernos y aceptarnos, con nuestras luces y sombras, es el acto de amor más hermoso que podemos regalarnos.